Se lo advertí pero no me hizo caso. El día que Juan se casó con Svetlana, la profesora de matemáticas, empezaron los problemas.
miércoles, 26 de mayo de 2021
martes, 11 de mayo de 2021
Un lugar en el mundo
Hay muchos lugares mágicos que a todos nos fascinan: las Pirámides de Egipto, las Cataratas del Niágara, el Gran Cañón del Colorado, la Gran Muralla china... pero son lugares demasiado concurridos para mi gusto. Es como un bonito escaparate con decenas de caras pegadas al cristal. Si tengo que elegir prefiero los parajes solitarios al abrigo de turistas o curiosos y, por supuesto, lejos del ruido y de la contaminación de las grandes ciudades, porque allí donde no llegue el asfalto es más fácil que se preserven.
Mi sitio favorito es un rincón apartado, no es famoso ni tampoco conocido, ni quiero que lo sea. Es un viejo molino enclavado en las faldas de un monte y paralelo al curso del río que siempre me evoca recuerdos de mi niñez. Cada vez que tengo ocasión me acerco a visitarlo porque allí encuentro el sosiego y la paz que necesito. Desde hace muchos años el molino se encuentra abandonado pero a su valioso pasado histórico se une la belleza del lugar. La última vez que me acerqué me senté a la sombra una calurosa tarde de agosto desde donde se divisaba una bella panorámica de la presa con algún pescador solitario. Desde allí observé el agua remansada, y al otro lado de la orilla los terrenos con altos chopos que un día pertenecieron al Marqués de Riscal. El rumor del agua de la presa, siempre presente, me evocaba el tiempo de vacaciones y las risas y juegos de juventud.
Mi abuelo materno tenía una pequeña huerta al otro lado del río, que lo atravesaba en una barca situada junto a unos juncos al lado de la presa. Cuando las aguas del río todavía bajaban limpias era frecuente ver anguilas, nutrias y truchas, ahora especies desaparecidas. Cuando el implacable sol comienza a caer paseo por los alrededores y contemplo los muros del molino poblados de grafitis que las tribus urbanas han dejado como recuerdo. En su interior la vegetación incontrolada se ha ido adueñando y la hiedra ya cubre los gruesos sillares de piedra. Por suerte, aún podemos contemplar la bella calzada medieval de acceso al molino.
Indagando en su pasado, hace algunos años encontré en el Archivo Histórico Nacional una carpeta repleta de documentos que hablaban de este molino y que recogía numerosos procesos judiciales entre el arrendatario y algunos vecinos a cuenta de la molienda del grano. El molino fue propiedad de los Templarios y tras su disolución a principios del s. XIV, pasó a manos de los Caballeros de la Orden de Malta. En uno de los procesos, los propietarios del molino fueron llevados a juicio en 1584 acusados de haberlo ampliado sobre terreno público alegando que por allí pasaba el Camino Real y que de esta manera éste se estrechaba. Soy consciente de que me hallo en un sitio especial y de que los muros que ahora contemplo han sido testigos del devenir de las gentes y se su propia subsistencia durante siglos. El paso del tiempo resulta implacable pero el viejo molino, aunque abandonado y medio en ruinas, todavía se conserva en pie orgulloso de su pasado. El edificio y aledaños no gozan de protección oficial, haciendo bueno el dicho de que en este país ignoramos y a veces despreciamos nuestro patrimonio y lo perdemos para las generaciones venideras.
Ya no se oyen las risas y los juegos infantiles de antaño, el silencio se ha adueñado del lugar, solo interrumpido por el permanente rumor del agua de la presa. Cuando me retiro ya al atardecer, me vuelvo para echar una última mirada al conjunto y guardarlo en mi memoria, hasta la llegada de mi siguiente visita.